Aunque se quiera hacer creer que la realización de esa reunión había sido agendada con mucha antelación, es evidente que este es el primer paso para poner en marcha lo que en la conversación telefónica sostenida días antes con el presidente mexicano el señor Trump dejó claro: como los soldados mexicanos les tienen miedo a esos «bad hombres», él enviaría a su tropa a detenerlos.
De todos es sabido que, como en Guatemala, el Ejército mexicano, más que miedo, lo que tiene es una alianza y complicidad con los traficantes, los secuestradores y los perpetradores de todas las vejaciones que propios y extraños sufren en sus territorios, práctica de la que tampoco están exentas las autoridades estadounidenses. Los Rambos solo existen en las películas.
Hay que tener claro, además, que, en este nuevo escenario que la política exterior estadounidense ha planteado, la cuestión específica del tráfico de drogas no es lo prioritario, aunque no por ello deje de ser esgrimido como argumento complementario. En sus estrafalarias y autoritarias alocuciones, el señor Trump se ha referido más a la criminalidad común que supuestamente ejercen los inmigrantes contra ciudadanos estadounidenses, al grado de que, cuando firmó su disposición de construir el muro, los invitados especiales eran familiares de víctimas de crímenes cometidos por hispanos, y no víctimas directas del narcotráfico, mercado que solo será reducido si Estados Unidos adopta una política totalmente diferente a la que hasta ahora ha venido implementando y deja de lado su hipócrita y cínica victimización.
Las sociedades centroamericanas, y en particular la guatemalteca, debemos tener claro que se avecinan mayores y peores actos de represión contra aquellos que, desesperados por la ausencia total de oportunidades en estos países, optan por migrar a Estados Unidos. Los datos de deportaciones, eufemísticamente llamadas por las autoridades «repatriaciones» o «retornos», son más que evidentes, y México se ha dedicado en los últimos años a hacer el trabajo sucio. Sí, según las informaciones oficiales, en 2012 fueron deportados 79 171 guatemaltecos, el 48.7 % de ellos desde México. En 2016, de los 91 607 deportados, México se encargó de regresar a su casa al 61.3 % de los guatemaltecos. En el último quinquenio, durante la administración Obama, a Guatemala regresaron contra su voluntad 453 359 ciudadanos, y México se encargó de retornar al 53.9 %.
El caso salvadoreño es un poco diferente, pues, si en 2012 se obligó a regresar a 31 807 ciudadanos, México apenas deportó al 38 % de ellos, proporción que, si bien se ha modificado conforme el gobierno de Peña Nieto avanza, no llegó a los volúmenes y a las proporciones de las deportaciones de guatemaltecos. En 2016, de 52 858 salvadoreños deportados, México hizo el trabajo para los estadounidenses con el 59.4 % de ellos.
Si casi medio millón de guatemaltecos han sido devueltos al país en apenas cinco años, en un proceso de aumento casi permanente, las remesas que estos trabajadores envían a sus familiares no han decrecido, sino todo lo contrario. Si ya para 2013 las remesas sumaron 5 100 millones de dólares (casi 40 000 millones de quetzales), los cuales representan el 50 % de los ingresos venidos del exterior, en el 2016 la proporción fue del 75 %. Esto quiere decir que, si en 2013, por cada dólar que ingresaron los exportadores (café, azúcar, palma africana, etcétera), los migrantes, con su trabajo denodado, enviaron otro dólar, en 2016, de cada cuatro dólares que entraron al país, los flamantes empresarios apenas ingresaron uno, mientras los desesperados que tuvieron que huir del país ingresaron tres. Las remesas, según los datos del Banco de Guatemala, representan ya el 10 % del producto interno bruto del país, lo que debe hacernos pensar seriamente en qué tipo de sociedad estamos construyendo, pues resulta evidente que la economía nacional como un todo comienza a depender, casi en exclusiva, de las remesas.
La situación hace recordar el cuento Míster Taylor, de Augusto Monterroso. El envío de «cabezas reducidas» ha ido significativamente en aumento y ha beneficiado a las élites políticas y económicas, que, cual parásitos, viven y disfrutan a expensas del esfuerzo y hasta de la vida de los migrantes. Pero esas poblaciones a las que se esquilma (y figurativamente se les corta la cabeza y estas se envían reducidas al mercado estadounidense) pueden llegar a decrecer. Y si los militares estadounidenses en México y Estados Unidos se deciden a ampliar significativamente las deportaciones, sus efectos serán lamentables para todos los que como sanguijuelas se han acostumbrado a vivir de la sangre de esos trabajadores.
La reunión de Chiapas, ocultada por las autoridades mexicanas pero publicitada por los estadounidenses, no tuvo en cuenta a los guatemaltecos, cuyo Ejército, para el señor Trump, seguro es tan miedoso (o más) que el mexicano. Y si Peña Nieto, cual Herodes Antipas, ofrece a su Salomé la cabeza de los migrantes que pasan por su territorio para tenerla contenta y así conseguir refugio cuando concluya su mandato, los parásitos que en Guatemala se enriquecen con el esfuerzo del migrante pueden comenzar a temblar y, finalmente, pensar en trabajar.
La migración y sus remesas han llegado a números alarmantes para cualquier economía medianamente seria. Evidentemente puede que comencemos un punto de inflexión, ya porque las familias se trasladan por completo y no necesitan enviar dinero (cuestión lejana pero no imposible), ya porque el país receptor, llegado a un punto de saturación, comienza a prohibir nuevos ingresos, lo cual pareciera ser la situación actual.
Encontrar modelos económicos que permitan la retención optimista de la población es indispensable, pero para ello no solo necesitamos una clase política con un proyecto serio de nación, sino también estamos urgidos de una clase capitalista que se anime a invertir y correr riesgos en el país. Todo ello solamente será posible si, rompiendo con nuestro ya ancestral individualismo, hacemos que este archipiélago con un Robinson en cada islita se transforme en un continente integrado.
Una amplia alianza por la justicia y la inclusión es cada día más urgente.
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