Como las abejas, trabajaron y trabajaron, cada cual en su función, pero con un ideal compartido y un objetivo común. Son personas que tenían mucho que perder y poco que ganar, dos escenarios en enorme desproporción.
Su ganancia era un sueldo, un trabajo estable. Sus posibles pérdidas eran múltiples en una escala de severidad creciente que empezaba con la tranquilidad y la salud mental, la paz de su vida familiar, la familia, su futuro laboral más allá de 2019 y hasta la vida.
Nadie podía decirles en qué nivel de gravedad les tocaría pagar por sus acciones.
Creo que esas personas decidieron arriesgarse sabiendo plenamente que lo que harían podría transformar irreparablemente el rumbo de su vida.
Me refiero a todas las personas guatemaltecas que se unieron al proyecto de la Cicig, tanto dentro de la comisión como en el sistema de justicia.
Desde hace años quería mencionarlas, pero consideré que ponerlas bajo los reflectores públicos podría ponerlas en peligro.
Esta no es una discusión sobre la Cicig. El tema fundamental es lo que representó para el personal nacional de la comisión y sus instancias colaboradoras haber sido parte de un proyecto tan peligroso.
A los extranjeros les cancelaron la visa, y ellos tomaron a sus familias y sus cosas y se marcharon. Sus carreras ahora continúan en otro lado. Pero los de Guatemala no tenían esa opción.
Sabiendo lo anterior, se involucraron en casos de alto impacto. Estuvieron expuestos a amenazas, chantajes, acoso, espionaje y quién sabe cuántas cosas más. Sus hijos pudieron ser objeto de burlas y acoso escolar. Sus parientes pudieron sufrir las consecuencias de su participación en un proyecto que acabaría por remecer los cimientos de esta sociedad, una que considera la corrupción como cosa normal. Mientras que para el niño que roba un pan el castigo es un cobarde linchamiento en manos de adultos, a los empresarios y funcionarios con licencia para tranzar se les concede el privilegio VIP de manejar sus crímenes como falta administrativa, sin posible comparación entre los escandalosos montos robados al pueblo guatemalteco y las multitas a pagar para recobrar la libertad y reiniciar sus negocios.
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Sin embargo, ustedes apostaron por cambiar Guatemala. Se embarcaron en la imperdonable tarea de desnudar al santo y descubrieron que bajo sus enaguas se escondían miembros de las altas esferas empresariales, políticas y militares, todas en alegre simbiosis con el crimen organizado. Y si te vi, no te conozco.
La próxima columna de Mentalmorfosis saldrá hasta el 7 de septiembre, y ya será tarde para decirles a los guatemaltecos y a las guatemaltecas que fueron parte del equipo de trabajo de la Cicig que somos muchas las personas que admiramos su coraje, su atrevimiento, su fe y sus esfuerzos para cambiar Guatemala.
Muchas gracias. Querían limpiar la iglesia y solo consiguieron desnudar al santo, pero ese es un logro monumental, un hito histórico que nadie puede cambiar. Ustedes no son responsables por lo que haya sucedido en el nivel de mando del barco. Ustedes estaban adentro, pegados a los remos, entregando sus fuerzas y capacidades para que la nave avanzara.
Espero que su esfuerzo sea reconocido y recompensado. El país necesita de ustedes. Urge que sus capacidades fortalezcan un sistema de justicia donde los probos y capaces son la excepción a erradicar, y no el ejemplo a seguir.
Quisiera darles un abrazo de felicitación y buenos deseos a cada persona de ese silencioso equipo nacional y a las familias que lo apoyaron, pero no puedo. Así, por este medio les digo: sigan creyendo en una Guatemala mejor y, por sobre todas las cosas, no piensen que su trabajo fue en vano. A pesar de todo lo bueno y malo que sucedió, ustedes cambiaron Guatemala, aunque todavía llevará tiempo la recomposición del sistema. A partir de ahora, quienes están en deuda de contribución somos nosotros, los que estábamos viviendo la historia desde afuera.
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