Moctezuma se sorprendía de la codicia y la ambición desmesuradas de los invasores, ya que para darles la bienvenida (porque eso decían las profecías aztecas sobre la llegada de los extranjeros) les obsequió innumerables objetos de oro, plumas, pieles, cerámica y otros objetos artísticamente trabajados de gran valor para los indígenas y que casi de inmediato, en el caso del oro, fueron fundidos y convertidos en lingotes para ser transportados a España. La visión colonialista chocaba frontalmente con la visión cosmogónica de las civilizaciones indígenas: la depredación y la ambición contra la sabiduría y el arte.
Y es que la civilización occidental, a lo largo de su conformación, albergó como esencia las raíces de la corrupción y de la violencia para constituirse en hegemónica, para lo cual depredó las bases y los conocimientos de otras civilizaciones y culturas. Por ejemplo, el desarrollo de Occidente se ancló en la creencia y práctica del cristianismo, el cual se impuso violentamente a los colonizados. Sin embargo, el cristianismo no es occidental. Nace de distintos mitos y lugares. El nacimiento del hijo de Dios, el milagro de dar vida a los muertos, los tres Reyes Magos, la madre Virgen, el 25 de diciembre, la crucifixión y la resurrección se encuentran en distintos mitos de Egipto, Persia, Grecia, India y otros, con los nombres asociados de Horus, Attis, Krishna, Dionisos, Mitra y finalmente Jesucristo. Occidente consolidó el monoteísmo, que ya venía de tiempos y lugares pretéritos y que fue la punta de lanza del colonialismo.
Otros procesos de expoliación, explotación y expropiación igualmente se hicieron parte de la práctica colonizadora del mundo occidental: la pólvora, inventada por los chinos; el alfabeto, que empieza su historia en Egipto; la imprenta, conocida por los babilonios y otros pueblos en la Edad Media; el sistema de numeración decimal, inventado por los indios y llevado a Europa por los árabes; la domesticación del caballo, que se llevó a cabo mucho tiempo atrás en Mesopotamia y en Kazajistán… Y así se pueden seguir describiendo todos los avances de la humanidad de los cuales la civilización occidental se apropió para consolidarse como la dominante y hegemónica.
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Ya con la colonización en marcha, la riqueza y la prosperidad de Occidente se consolidaron con la expropiación ilegal e injusta de pueblos, tierras y territorios que no le pertenecían. De ese modo violó sus fundamentos posteriores: los derechos humanos y la propiedad privada y comunitaria. La riqueza de los pueblos colonizados, su fuerza de trabajo, sus valores y sus productos, entre ellos el tomate, el maíz, el cacao, el tabaco, los diamantes, el oro, la plata, los tintes naturales, sus manifestaciones artesanales (como los tejidos), las materias primas y más recientemente los hidrocarburos, sentaron las bases para el bienestar de Occidente y para que este se catapultara como el modelo único a seguir.
Los aportes indudablemente han sido importantes: la ciencia y la tecnología occidentales, el racionalismo, la universidad, el derecho, el Estado, la república, la democracia, los derechos humanos individualistas, etcétera, han determinado el rumbo de nuestros países. Lo mismo sucede con los ismos (como estudia Marta Elena Casaús): esclavismo, feudalismo, capitalismo, socialismo, liberalismo, racismo, machismo, fascismo, desarrollismo, consumismo y otros nacidos de la tradición occidental, que son parte, para bien o para mal, de nuestra realidad e historia.
Sin embargo, no solo fue la depredación la determinante. También lo han sido la negación y el desconocimiento del otro mediante la discriminación de otras prácticas y de otros saberes que han interpretado de diferente manera la realidad social, así como mediante la anulación de la dignidad de los oprimidos y colonizados.
Hoy que Occidente está en crisis política, cultural, ambiental y económica, a punto de empezar otra guerra mundial, viviendo el temor de la migración de los colonizados, la emergencia de otras potencias que le discuten la hegemonía (China, Japón, India, etcétera, que no provienen de la matriz ideológica y cultural de Occidente), es necesario encontrar el hilo conductor del desastre en que se sumieron y nos sumieron como países colonizados para encontrar la senda de la esperanza en una vida más plena, en el buen vivir, donde el epicentro y pináculo del mundo no sea el ser humano, sino la naturaleza, que nos da vida y nos cobijará cuando esta termine, donde los derechos de la tierra y del agua se concreticen, donde sentirnos parte del cosmos nos ayude a entender la mutua dependencia y la relación que tenemos con todo y con todos. Debemos superar el sesgo materialista que nos impusieron y reencontrarnos con la espiritualidad (no religiosa), que es la esencia fundamental del ser humano y de la naturaleza, como lo plantea la cosmovisión maya.
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