Los cómicos Morales quedaron inmersos entre lo chusco, chabacano e insulso, estimulados por esa mercadotecnia facilona que tiene como objetivo diseminar entre la población la ideología machista, prepotente y egoísta. En un país donde los valores son simple discurso autoritario, Moralejas y su principal actor, hoy presidente de la república, permiten describir con claridad nuestra sociedad y lo que en ella predomina y hegemoniza.
Asegurado en el poder luego de su triple golpe, tal como lo describimos la semana pasada, el cómico y su gente nos ofrecen un tema muy singular para distraernos: el interés del señor presidente en ser tomado en serio como productor de pensamiento, supuestamente educativo y moralizante. Con ínfulas más de predicador de falsos cielos que de estadista, Morales nos muestra, cada vez que expresa opinión o posición sobre asuntos públicos, la estrechez del pensamiento político nacional. Al expresar sin vergüenza opiniones faltas de contenido o simples discursos demagógicos hace evidente que su elección ha sido la decisión de una sociedad que no se aprecia ni respeta, que acepta la demagogia como el único discurso posible, donde «ni corrupto ni ladrón» es una simple frase electorera y para nada una propuesta real y convincente de comportamiento político.
Molares no se interesa por producir ideas críticas que permitan modificar la situación del país. No es un Héctor Suárez o un renovador de la comedia latinoamericana como lo fue Tin-Tan en los años 50 del siglo pasado. Formado y aprovechado por los canales de Ángel González, su misión profesional siempre ha sido mantenerse en el nivel más bajo del arte y de la ideología, desde donde difunde conservadurismo con claras evidencias oportunistas. Elegido y apoyado por amplios sectores de la población, no queda sino asumir que resulta «tan guatemalteco como tú», como afirmaba la campaña publicitaria de una cadena de tiendas de comida rápida. Es la gente que piensa y actúa como él la que compone la mayoría de nuestro país, en particular la clase media, por lo cual los discursos contrahegemónicos tendrán que emitirse con mayor continuidad, cohesión y claridad para modificar la correlación.
Si sus textos humorísticos apenas hacen reír por su obviedad, su visión de la política se centra en salvar su nombre y en ponerse por encima de los demás, lo que sus adláteres adulan y estimulan, pues les permite negociar y comerciar con la porción del poder que él les ha concedido.
Si no poseen un programa mínimo para el combate de la pobreza, mucho menos presentan una visión de desarrollo. Sus funcionarios más próximos, de ministros a gobernadores, pasando por secretarios y diputados, presumen de eficientes emitiendo permanentes anuncios de logros que no pueden verificarse por ningún lado. Si en salud se dice que gracias a esos superhéroes se ha ampliado de la noche a la mañana la atención primaria a grandes grupos de la población, en educación se esparcen cifras de supuestos censos de los que no hay fuentes técnicas que permitan verificar las informaciones. Las carreteras y los edificios públicos padecen de abandono perpetuo, pero la Casa Presidencial ha recibido su segundo remozamiento en menos de un año.
Todo esto sucede mientras con todo el cinismo se trata de ocultar las grandes tragedias. El Ministerio de Gobernación aún no pone a disposición de los tribunales a los jefes policiales que con su indiferencia condujeron a la muerte a las 41 niñas del mal llamado hogar seguro. El cómico presidente no es capaz de asumir la responsabilidad de haber colocado en puestos claves a personas que no solo desconocen las más mínimas normas de la función a desempeñar, sino, lo más tétrico, tienen un pensamiento contrario a lo que deben ser sus obligaciones. En el hogar seguro y en la Secretaría de Bienestar Social (SBS) no se nombró a personas efectivamente comprometidas con los derechos de los niños y los adolescentes, sino a quienes creían que el encierro, la agresión, la humillación, el castigo físico y el psicológico eran los mecanismos adecuados para atenderlos. Y a tales criminales los escogió y nombró el actual presidente, por lo que es corresponsable de los actos de estos.
Triste es tener que aceptar que posiblemente la peor de las obras cómicas de Jimmy Morales y de sus productores sea la manera como este gestiona y administra el poder público. Tristeza que se vuelve pesadumbre al descubrir que muchos guatemaltecos han caído en la trampa de su humor fácil y hablar irresponsable.
Quien estimuló en sus hijos el fraude fiscal al grado de que su primogénito justificó su práctica delictiva con la excusa de que eso «todos lo hacen» no puede convertirse en promotor de la responsabilidad fiscal de los ciudadanos. Él y su familia cínicamente confiesan que practican el doble discurso y la doble moral.
Quien como máxima autoridad del país no ha podido exigirle a su ministro de Gobernación que ponga en acción todos los medios del Estado para localizar y detener al secretario general de su partido por delitos contra la humanidad evidencia que es cómplice de su fuga.
Quien como responsable de la política exterior del país nombra como jefes de misión diplomática a personas sin ninguna formación ni experiencia para el cargo, solo porque uno es yerno del vicepresidente y el otro un supuesto líder de organizaciones indígenas, simplemente nos está demostrando que la función pública es para él una cuestión de amigos y correligionarios conservadores y que no importa que luego, como sucedió en la SBS, cometan crímenes por tener una formación contraria a las exigidas para optar al cargo.
Aristófanes, el maestro de la comedia griega, fue un conservador en lo político y un claro defensor de los mitos y las creencias que para entonces estaban siendo cuestionados. Pero fue un poeta maravilloso, honesto en la crítica a sus opositores e impecable en la calidad de sus obras. El cómico chapín, lamentablemente el gobernante de este país, que en su vanidad quiere ahora ser considerado, más que comediante de cuarta, un pensador trascendental, debería leer y estudiar Las nubes, obra en la que Aristófanes le puede mostrar no solo cómo se hace teatro cómico, sino, sobre todo, cómo para opinar, aconsejar y gobernar es necesaria una formación amplia y profunda.
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